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Incrédulo

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Rugero (pronunciado a la italiana  "ruyero") miraba por la venta mientras los desvencijados acordes de Patrizio (pronunciado con z  de "Letizia") reverberaban en el atardecer gris. Llevaban ya 3 meses encerrados en aquella casa y el mundo real parecía un cuento ficticio y distante. "Mundo real". Una sonrisa sardónica cruzó el escuálido rostro de Rugero (pronunciado  a la italiana  "ruyero", al que a partir de ahora denominaremos R. por abreviar) donde se atisbaba una barba mal cuidada y peor recortada. "Mundo real" era el mundo de antaño, aunque realmente fuera el mundo de ayer. Por la incompetencia de los de siempre aquel tiempo de vino y rosas había desaparecido, y ahora sólo quedaba la extraña sensación de vacío de un horizonte inexistente. R., ingeniero, y su pareja Patrizio ( al que a partir de ahora denominaremos P. por abreviar) , abogado en paro, se marcharon a la casa que tenían los padres de R. en el pueblo en c

Buitre

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La etérea luz del sol se bañaba de verdes y marrones, inmersa en la espesura del bosque. Él caminaba sin rumbo fijo, con la mirada fija en el suelo para no tropezar con las raíces y las piedras, y procurando no resbalar con el barro. Descendía por un pequeño barranco donde las plantas trepadoras zigzagueaban entre las paredes de roca y tierra y los árboles. La primavera palpitaba e inundaba todo de pequeños brotes y flores que se multiplicaban como las estrellas en el firmamento. Azules silvestres, amarillos polinizadores, blancos frágiles y puros. La fragancia húmeda de las últimas lluvias impregnaba todo y hacía que el cabello del caminante se mojara con las caricias del musgo colgante y las ramas bajas. Al fondo del barranco encontró un pequeño estanque de agua en el que danzaban dando vueltas pequeñas hojas de haya entre restos de corteza y ramitas. También se bañaban distraídos los zapateros en la superficie, ajenos al trino de los pájaros que reverberaba en las copas de

Luz

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Durante un instante surcó la luz a lomos de una partícula de polvo, perdido en los vértigos y remolinos que generaba la misma naturaleza del aire. Diminuto, compartió el tiempo con los rayos del sol perezosos, que le señalaban en su trepidante viaje y le hacían brillar. Era agradable huir de la dictadura de la gravedad, olvidar la densidad y el peso exacto de las cosas, no distinguir su color y su textura. Tan sólo dejarse llevar por las fluctuaciones de su montura, resolver la contingencia de los lados y buscar el siguiente salto al vacío. Un instante en el mundo diminuto puede ser una vida. Cuanto más pequeño, el tiempo es más breve, pero puede ser más largo. La duración de un momento es una percepción subjetiva, pero un átomo cuando se desintegra no tiene una percepción subjetiva de cuánto supone eso. Mientras pululaba en su partícula de polvo entre los rayos del sol imaginó empequeñecer aún más, agarrarse a un puñado de fotones y atravesar las moléculas para agarrarse al

Terapia

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"Pase, adelante" Entró en la habitación y se sintió desubicado. No se lo había imaginado así. "Eh... hola, soy J" "Lo sé J, le estaba esperando" Era una habitación perfectamente cuadrada, similar a un cubo. Las paredes eran blancas y el suelo de parqué sencillo. La única fuente de luz era una ventana, también cuadrada, con unas cortinas blancas que sólo dejaban pasar la luz; no se podía adivinar el paisaje que había detrás. El único mobiliario era una mesa de madera oscura y un par de sillas de plástico negro. En la que estaba al otro lado de la mesa estaba el terapeuta, que le mostraba sonriente un cuaderno en el que ponía "AGENDA" con mayúsculas. En la silla que tenía más próxima habían puesto un trozo de folio con su nombre, "J".  "Siéntate, por favor" J se aproximó y se sentó en la silla mientras el terapeuta dejaba la agenda en la mesa y le observaba sin dejar de sonreír.  "No es lo

Kamikaze

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Newton, fascinado por la naturaleza de la luz, determinó mediante un sencillo experimento que los rayos del sol estaban compuestos de siete colores: el rojo, el naranja, el verde, el azul, el añil y el violeta. Sin embargo, en aquella explanada la luz palpitaba nebulosa y oscura, vaciada de todo su color. Allí, tendido en un charco de sangre, el maestro sentía con precisión agónica las cuencas de sus ojos, y el pulsante dolor que recorría su cuerpo parsimoniosamente conectaba con sus sienes; hacía vibrar sus cejas, sus carrillos, su cara entera. Su perfil izquierdo reposaba contra el suelo, mientras el resto del cuerpo temblaba desmadejado en todas direcciones. "Rojo. Naranja. Verde. Azul. Añil. Violeta". Las pequeñas mutilaciones, las fracturas y los cortes poco a poco dejaron de importar, mientras una certeza emergía entre la bruma: no recordaba los colores. Y no los volvería a ver. Lentamente,  como un desafío a la existencia misma, fue moviendo sus huesos rotos h

Incandescente

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Recogió lo que quedaba de su dignidad, despedazada en diminutos fragmentos de papel por el suelo, e intentó salir con la cabeza alta. Es difícil hacerlo cuando toda tu miseria ha quedado al descubierto, expuesta delante de los lobos y las hienas que pululan en busca de carne fresca. No sólo había sido víctima de su ingenuidad, también había cometido el error de confiarla a quien no debía. Acababa de descubrir que siempre estamos a un paso de un nuevo desastre, por muy abajo que hayamos creído llegar. Reprimió un sollozo cuando la luz del sol golpeó sus ojos, y con un gesto patético y dulce, se limpió un lágrima que amenazaba con surcar en solitario una de sus mejillas. La calle, abarrotada de gente, ignoró al pequeño, diminuto, drama que le rondaba, y vibraba bulliciosa. El olor a cerveza y vino barato se mezclaba con el de la orina y el aceite refrito. Los colores se mezclaban frenéticos mientras torrentes de personas se cruzaban en un baile asíncrono e imposible. Todo el mun

Síndrome

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Hay algo peor que no poder domir, despertar dentro de un ataud invisible que no quieres abandonar. El cuerpo toma la consistencia de una roca forrada en plomo, los párpados se quedan pegados y la mente pasa a un contínuo fundido en negro. Aunque al principio es una sensación confortable, de repente despiertas en un sitio ajeno y hostil, totalmente distinto al mundo en el que estabas antes. Vértigo, ausencia, vacío, y muchas veces, asfixia. Siempre se tarda varios segundos en reconocer la habitación, la cama, el propio mundo en el que te acostaste. Tu cuerpo se siente agarrotado, la mente embotada y la garganta completamente seca. Judas se sentía así cada mañana desde que cumplió los 3 años, aunque él no lo sabía entonces. Entonces le aterraba irse a la cama porque sabía que cuando se durmiese, instantáneamente, volvería a resucitar al día siguiente. Era un síndrome desconocido que había desconcertado tanto a los médicos como a sus padres. Habían probado todo tipo de medicamentos